Aprender a vivir más despacio

Fue en Italia, a mediados de los años ochenta, donde surgió un movimiento que, si bien en un principio se asoció únicamente a un regreso al modo tradicional de alimentarnos en respuesta al auge de la comida rápida, poco a poco se fue extendiendo a otros ámbitos. Fue así como el “Slow Food”, como se denominó esta filosofía, acabo transformándose en un concepto complejo que abarcaba cualquier aspecto de nuestro día a día, desde la alimentación, al trabajo, pasando por el sexo o el ocio. Había nacido el “Slow Life”.
Apreciar la sencillez, la calma
El movimiento “Slow Life” se opone a la cultura de la inmediatez y a la obsesión por la obtención rápida de lo que se desea, y apuesta por dar importancia a la calidad del trabajo bien hecho, a apreciar las cosas simples, a saber disfrutar de la cultura, de la naturaleza…, de los bienes inmateriales. En consecuencia, se asocia a la sostenibilidad, a la simplicidad en un mundo cada día más acomplejo y al retorno a la tradición.
Intentar vivir de acuerdo con esta doctrina no requiere, necesariamente, romper radicalmente con todo. Bastará con ajustar nuestras rutinas para saber dónde y cuándo podemos echar el freno. Para lograrlo es necesario hacer un triple esfuerzo de cambio a tres niveles: cuerpo, mente y espíritu, y plantearnos cómo queremos reajustarlos para mejorar nuestra experiencia diaria. Debemos replantearnos cómo trabajamos, cómo nos alimentamos, cómo nos relacionamos con los demás, qué hacemos con nuestro tiempo de ocio, de qué modo organizamos nuestros descanso. Solo así, aplicando cambios en cada uno de los aspectos de nuestro día a día, seremos capaces de generar el vuelco necesario.
Quizá querías cambiar tus rutinas, pero no sabías o no te atrevías a empezar y ahora la realidad te ha echado una mano. Para que al regresar a la normalidad no pierdas del todo este sosiego bastará con que te apliques algunas normas:
1 Dedica algo más de tiempo a tu alimentación. Elige alimentos de proximidad y preparados ligeros y detén tu actividad a las horas de las comidas. En la medida de lo posible, no comas en tu lugar de trabajo y cambia, al menos, de espacio.
2 Un paseo de 20 minutos diarios, haga frío, llueva o apriete el calor, es muy recomendable. Parar durante un breve tiempo y notar el aire en la cara es siempre beneficioso.
3 Aprende a perder el tiempo cuando sea posible. Nada es tan importante como para no poder deleitarte con una taza de café observando la calle, dejando vagar la mente.
4 A la cama vamos a dormir, no a trabajar, estudiar, navegar por redes o mirar pantallas. Procura que tu dormitorio sea un lugar para el descanso nítido, limpio, sin elementos discordantes, donde se respire relax.
5 El tiempo de ocio no tiene porqué ser de actividad
frenética. Aprende a relajarte al sol, escuchar, contemplar.
6 Disfruta de los tuyos. Vuelve a dedicar tiempo a estar con las personas que más quieres.
7 ¡Desconéctate! En esta época en que las redes sociales y las tecnologías de la comunicación invaden hasta el último rincón de nuestro día a día, apagar durante horas o días todos nuestros dispositivos es, además de saludable, muy aconsejable.
8 Y por último, quiérete. Autoestima y confianza son indispensables para afrontar este reto y lograr mejorar tu estilo de vida.